Siento no haber escrito en tanto tiempo, pero tanta vida social me tiene apartada de la vida 2.0. Eso es bueno, ¿verdad? Saber que de vez en cuando merece la pena desconectar cibernéticamente para disfrutar de los pequeños placeres de la vida.
Eso es precisamente lo que hice ayer. Aparcar mi día a día y emprender, por unas horas, un pequeño viaje con compañías y conversaciones desconocidas. Y TODO EN INGLÉS!!! (Nótese el orgullo que tengo de mí misma)
Hace unos días, una cliente habitual (large cappuccino IN) de la cafetería, nos propuso a las camareras acudir a la inauguración de su nuevo piso. Al principio no sabíamos si aceptar o no la invitación. La pobre mujer es un encanto y nos cuenta millones de cosas, pero la mitad de ellas no las entendemos debido a su extremadamente alto nivel de inglés, por lo que cualquier conversación con ella, posiblemente, sería nula. Pero como somos muy echadas para adelante decidimos asistir y que fuera lo que Dios quisiera... Y nunca mejor dicho, porque lo primero que presenciamos fue la bendición cristina, de manos del párroco de la diócesis, de la nueva casa. Fue divertido entrar y presenciar algo parecido a una reunión de brujas. Todos alrededor de la mesa, en trance por los rezos y nosotros, sin entender ni papa. El peor momento para mí fue cuando, entre rezos y suspiros, miré hacia la mesa de las bebidas y me entró un ataque de risa porque encima de dicha mesa solo había zumos de frutas. Y es que, en la invitación ponía: "bring a bottle" y nosotras pensamos que lo ideal sería llevar una botella de vino (español, of course),... pero al ver aquel panorama mi mente empezó a cavilar sobre el hecho de que posiblemente me estaba conviertiendo en una borracha. Pero en realidad, aquellas botellas eran casi para decorar, porque el primero que empinó el codo e hizo los honores fue el cura, al que, conforme iban pasando las horas, cada vez entendía menos (por cierto, un señor encantador!).
Hablamos de todo, conocimos a gente de todas parte del mundo, cenamos dulce y salado, salado y dulce, bebimos, reímos, y casi se puede decir que conquistamos, porque a todos les caíamos en gracias cuando nos preguntaban de qué conocíamos a la anfitriona: "Nosotras, somos las chicas que le hacemos en café cada día". Algo de lo que estamos muy orgullosas, por cierto, pero entre gente de alto grado intelectual, filósofos, escritores y gente sabiondilla rebajaba nuestro caché. Menos mal que una siempre puede hacer galantería de su título universitario y pronto la gente se da cuenta de que las chicas de hoy en día valemos igual para un roto que para un descosio.
En cualquier caso, la fiesta fue genial, el contexto, idílico, al igual que el atrezo: una casa llena de libros y de antiguedades en cada rincón. Una casa en la que estés donde estés se nota que la dueña y protagonista es una escritora. Millones de páginas leídas y a partes iguales otras por leer, iluminación ténue para que no se perturbe la imaginación, cuadros que muestran y recuerdan momentos vividos, láminas abstractas, espejos brocados por el devenir de la vida que reflejan,...
Hasta ayer habría pagado por entrar a una de las casas típicas de esta ciudad inglesa y por fin, cumplí uno de mis sueños londinenses. Quizá esta no es la que más defina el estilo de vida inglés, pero sin duda es la casa más personal y con más libros por m2 que he visto en mi vida.
Me gusta eso de conocer gente nueva y de aprender de la experiencia de personas que disfrutan contando aventuras pasadas. Me gusta el mix que viví ayer. Y, también, he de reconocerlo, me gustan los pastelitos a los que teníamos derecho los invitados ;p.
Me despido, hasta que otra nueva y grata experiencia se cruce en mi camino...
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